El oficiante recorrió la sala con la mirada.
—¿Hay alguien que se oponga a esta unión?
El silencio fue absoluto. Ni un suspiro. Ni un movimiento.
—Entonces, por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer.
James se acercó. Isabelle lo recibió. El beso fue suave, contenido, pero lleno de todo lo que no se había dicho. No era un gesto para los demás. Era para ellos. Para lo que habían vivido. Para lo que estaban por vivir.
Los invitados aplaudieron. Leah y Alex se abrazaron. Lucie y Camille se miraron con lágrimas discretas. Noah y Oliver intercambiaron una mirada cómplice.
Y en medio de todo, James e Isabelle seguían ahí. Unidos. Reales.
Finalmente, juntos.
Después del evento, cuando los últimos pétalos habían caído y las luces del Club Altavista comenzaban a apagarse, James e Isabelle se retiraron discretamente. La ceremonia había sido perfecta, pero ahora les esperaba algo más íntimo: su luna de miel.
Isabelle, fiel a su estilo, había dejado que Ja