La mansión Moore relucía bajo el brillo de las luces cálidas y el susurro de copas que tintineaban en la antesala. Beatrice, impecable como siempre, recibía con sonrisa diplomática a cada invitado. La cena estaba servida, los cubiertos perfectamente alineados, y el ambiente... cargado de más tensión que celebración.
Cuando Isabelle y Noah cruzaron la puerta, todos los ojos se dirigieron a ellos. Sonrieron por compromiso. Nadie podía sospechar lo que no querían que se supiera, aunque sus pasos se sentían demasiado sincronizados para ser casuales.
La velada avanzaba con risas, brindis y conversaciones cruzadas... hasta que Marcus, con esa informalidad encantadora que usaba como escudo, soltó su comentario mientras giraba el vino en su copa.
—No puedo creer que lo lograron —dijo, mirando a Noah—. Tú casado... nunca lo imaginé. Pensé que ibas a morir libre, sin ancla.
Noah soltó una risa baja, incómoda.
—Los tiempos cambian —respondió, evasivo.
Marcus ladeó la cabeza, como si