Sicilia — Bodega abandonada, medianoche
El olor a hierro y vino viejo impregnaba el aire.
El eco de los pasos de Greco resonaba entre los muros húmedos.
Los tres socios principales del ruso —Romanov, Vitale y Kravchenko— estaban atados a las sillas, los rostros hinchados, el miedo en los ojos.
Greco se agachó frente a ellos, la mirada fija, helada.
Su tono fue suave… demasiado.
—¿Saben qué es lo peor de un rey sin trono?
Nadie lo traiciona… lo abandonan.
Romanov tragó saliva.
—Greco, esto no tiene sentido. Mikhail volverá.
—¿Volver? —Greco sonrió sin humor—.
¿A qué? ¿A su reflejo? ¿A hablar con sus fantasmas?
Encendió un cigarro, el humo dibujando círculos sobre la mesa.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que lo vieron cuerdo?
—Está… reorganizándose —balbuceó Vitale.
—¿Reorganizándose? —Greco soltó una carcajada baja, sin alegría—.
Mientras ustedes esconden el dinero, él le habla al fuego.
Los hombres se miraron, nerviosos.
Dante, detrás de Greco, apoyó una pistola sobre la cabeza de Kra