El viejo teatro abandonado en el centro de la ciudad había sido restaurado discretamente por los Leone. No para presentaciones, sino para reuniones clandestinas. Las butacas polvorientas seguían allí, pero el escenario se había convertido en un salón de sombras, donde los tratos se cerraban lejos de la luz del día.
Greco llegó primero, escoltado por Dante y dos de sus hombres de confianza. Pero esa noche no estaba solo. A su lado caminaba Arianna, con un vestido negro ceñido y una máscara de terciopelo bordada en rojo, que le cubría la mitad del rostro. Nadie podría reconocerla, pero todos sentirían la fuerza de su presencia.
Greco se inclinó levemente hacia ella mientras subían al escenario.
—No quiero que hables —le dijo en voz baja, con firmeza, pero sin dureza—. Solo observa. Aprende cómo se negocia con hombres que dicen ser leales y no lo son.
Arianna asintió, apretando el brazo de su esposo.
—Confío en ti. Y quiero que sepas que, aunque me duela, necesito ver esta parte de tu mu