En las afueras de la villa Leone.
La noche era húmeda y oscura, perfecta para moverse entre sombras. Marco caminaba con una pala al hombro y un sombrero viejo que le cubría parte del rostro. Luca lo seguía, cargando una caja con herramientas de jardinería. Ambos parecían trabajadores comunes, invisibles en un barrio donde todos fingían no ver lo que no les convenía.
Renato, disfrazado también, murmuró entre dientes mientras empujaba un carrito oxidado lleno de tierra:
—No me acostumbro a esto. Yo solía entrar a esta casa con traje y escoltas. Ahora parezco un maldito jardinero.
Luca le lanzó una mirada cortante.
—Eso es lo que te hace útil. Nadie sospecha del que poda los rosales.
Marco sonrió con ironía.
—Y además, ¿no es poético? Un traidor entrando disfrazado, plantando semillas que algún día harán caer al dueño.
Renato apretó la mandíbula, pero no respondió. Sabía que Marco lo despreciaba, aunque ambos compartían un mismo objetivo.
Isabella, la cocinera, los recibió desde la puert