📍 Moscú — Piso franco, noche cerrada
La lámpara del techo parpadeaba como si la electricidad supiera del cansancio que pesaba en los hombros de Greco. Frente a él, el portátil abierto, la pantalla azul reflejaba sus ojos enrojecidos. Dante preparaba la conexión, mientras Morózov servía vodka en vasos pequeños.
—Listo, fratello —dijo Dante, dándole una palmada en el hombro—. Ellas ya esperan.
Greco respiró hondo, se pasó la mano por la barba incipiente y se acomodó en la silla. Su corazón latía como tambor cuando la llamada entró.
En la pantalla aparecieron dos rostros que lo hicieron temblar: Nonna Vittoria, serena como un faro en medio de la tormenta, y Ravenna, la Reina Roja, con el cabello suelto y los ojos cargados de un fuego que no conocía descanso.
—Greco… —la voz de Nonna fue un bálsamo—. Hijo, ¿qué ocurre?
El León tragó saliva. Se inclinó hacia la cámara, los ojos ardiendo.
—La vi. Vi a Arianna con mis propios ojos.
Ravenna se enderezó de golpe, la máscara de hierro en su ro