Las luces cálidas del amanecer apenas se filtraban entre las cortinas del despacho de seguridad de la villa, mientras el hombre asignado por Greco hojeaba informes y grabaciones. Su celular vibró y rápidamente lo contestó.
—¿Hablas con Piero, jefe de seguridad del Leone —dijo con voz seca—. Tengo el reporte que pediste, Marco.
Del otro lado de la línea, Marco asintió desde la oscuridad de su oficina, acompañado por Miraldi.
—Dime los cambios.
—Las cámaras han captado movimiento fuera de los límites del perímetro sur, pero todo está controlado. El equipo de vigilancia en el sector donde reside Rubí se ha duplicado desde que se frustró el intento de fuga. Además, Greco ha ordenado turnos rotativos, cada cuatro horas. Nadie entra ni sale sin autorización. Está paranoico desde que su chica desapareció y volvió… distinta.
Miraldi intercambió una mirada con Marco. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y frustración.
—¿Y la chica? —preguntó Marco—. ¿Sigue bajo vigilancia?
—Como un h