Mundo de ficçãoIniciar sessãoCinco años separaron a Zaed Morello y Alya Marchesi, pero su historia nunca terminó. Lo que comenzó como un amor secreto y prohibido, intenso y apasionado, se vio truncado por la rivalidad entre sus familias italianas en Miami. Cada recuerdo quedó enterrado bajo orgullo, ambición y silencio, hasta que el destino los obliga a cruzar caminos nuevamente. Zaed regresa a la ciudad con éxito, poder y la seguridad de un hombre que ha aprendido a conquistar el mundo… pero que aún no puede ignorar lo que Alya significa para él. Alya, atrapada entre la memoria de lo que tuvieron y su presente junto a Samuel Ferro, debe enfrentar la emoción y la tensión que creían haber dejado atrás. En una ciudad donde la arquitectura se mezcla con la ambición y el espectáculo, cada mirada, cada gesto y cada roce despierta secretos, deseo y recuerdos que podrían cambiarlo todo. “Disidentes” es una historia de pasión prohibida, rivalidades familiares y secretos peligrosos, donde el amor y la ambición chocan en cada esquina y nadie puede escapar del pasado.
Ler maisLa limusina avanza por la I-95 y el calor húmedo de Miami me golpea antes de que pueda procesarlo. Cinco años fuera y aún conozco cada rincón, cada olor, cada sonido. El aroma salino del mar se mezcla con la brisa que atraviesa los rascacielos reflejados en el agua. El tráfico no duerme, las luces de neón parpadean como si la ciudad respirara al ritmo de la ambición que siempre la ha definido.
Italia me cambió. Florencia, Roma, Milán… ciudades que me enseñaron a mirar la arquitectura no solo como estructuras, sino como emociones cristalizadas en acero y mármol. Aprendí a obsesionarme con la proporción, la luz, el vacío, con cada detalle que convierte un edificio en algo más que un simple lugar para habitar. Aprendí a exigir excelencia, a trabajar en silencio, a no disculparme por la ambición. Aprendí que el mundo de la arquitectura es despiadado, y que los sueños sin disciplina desaparecen antes de que nadie los admiré.
Isabella ha sido parte fundamental de esta transformación. Su mirada no solo me desafía, sino que me comprende. Con ella, cada proyecto es un juego compartido de ideas, creatividad y estrategia. Nuestra relación es intensa, sofisticada y profesional. No hay fantasía romántica, solo respeto silencioso, complicidad y entendimiento absoluto. Es perfecta para esta etapa de mi vida, y lo sabe.
—¿Sigues pensando en los edificios que dejaste atrás? —susurra Isabella, rompiendo mis pensamientos mientras me toma la mano.
—No… —respondo, aunque sé que miento—. Solo en cómo todo sigue igual aquí.
Ella sonríe con ironía, pero no insiste. Sabe que algunas cosas requieren tiempo para contarlas, o al menos para admitirlas.
Miami no es Italia. Miami es ruidosa, brillante, implacable y demasiado consciente del apellido que cargo. Morello. Siempre Morello. Un nombre que abre puertas intimida y pesa como una losa sobre mis hombros. Mientras la limusina serpentea entre los rascacielos de Brickell, mis ojos recorren cada línea, cada vidrio, cada torre, y siento cómo me desafían a demostrar que mi regreso no es solo una visita: es una declaración.
El hotel es un refugio relativo. Isabella deja sus maletas y se inclina hacia mí:
—Primera noche en Miami y ya estás calculando cada movimiento —dice, con un toque de reproche divertido—. Relájate un poco.
Sonrío. Ella no sabe, no todavía, que mi mente está corriendo hacia otra persona. Cinco años sin verla, y aun así siento que su presencia flota en cada esquina que recuerdo, como un fantasma dulce y doloroso que no puedo sacudir.
[…]
El día pasa rápido. Entrevistas, saludos, llamadas de prensa y reuniones previas a la gala. Cada interacción profesional me recuerda que esta noche no será solo un evento; será el primer choque de mundos, de historias y de emociones que hemos evitado durante años.
Finalmente, llega la hora. Isabella y yo descendemos de la limusina frente al imponente salón donde se celebra la gala anual de premiación a los mejores proyectos de arquitectura. La entrada me golpea de inmediato: luces cálidas que acarician cada cristal, manteles de seda impecables, candelabros que cuelgan del techo y orquídeas blancas y violetas en cada mesa. Una orquesta de cuerdas flota en el ambiente, mientras el murmullo elegante de los invitados se mezcla con el tintinear de copas de champaña. Todo es excesivamente perfecto. Todo es Miami.
Y entonces la veo.
Alya Marchesi.
Cinco años separan esta imagen de la que guardo en mi memoria, y, sin embargo, es imposible ignorar que es ella. Su cabello castaño cae con elegancia sobre sus hombros, más largo, más sofisticado. Sus ojos marrones parecen más profundos, cargados de seguridad y de experiencias que yo no compartí. Su figura es esbelta, curvilínea, distinta de aquella joven que conocí, como si el tiempo la hubiera cincelado con cuidado y la hubiera dotado de una presencia imponente y sutil al mismo tiempo.
Un golpe de nostalgia me atraviesa el pecho, mezclado con algo más oscuro: culpa, deseo, un vacío que no había sentido antes. La miro y recuerdo los días que dejamos atrás, los secretos compartidos, los sueños de un futuro que no pudimos construir. Cada gesto suyo, cada inclinación de su cabeza, cada sonrisa contenida, me hace desear detener el tiempo y recuperar lo que perdimos. Pero sé que no es posible.
Alya está junto a un hombre que no conozco personalmente: Samuel Ferro. He leído sobre él, visto su trabajo, y sé que también es arquitecto. Un competidor, un nombre nuevo que la rodea, una presencia que amenaza con ocupar el lugar que una vez tuve. Pero mi atención sigue fija en Alya, y por un instante, la gala, las luces, los aplausos y todo el mundo que nos rodea desaparecen. Isabella percibe mi cambio de humor de inmediato, aprieta mi brazo suavemente y me lanza una mirada que mezcla curiosidad y advertencia.
Me acerco, intentando controlar cada paso, cada gesto, cada respiración. Mis ojos no se despegan de los suyos. El mundo sigue girando a nuestro alrededor, pero por un momento, parece que estamos solos.
—Zaed —dice Alya, y su voz rompe el tiempo. Solo pronunciar mi nombre provoca que algo dentro de mí se contraiga.
—Alya —respondo, apenas audible, mientras un fugaz recuerdo cruza mi mente, tan fuerte que duele.
Un roce accidental de manos al cruzarnos, un leve asentimiento de reconocimiento… y sé que esta noche no será solo sobre arquitectura. Será sobre nosotros, sobre todo lo que dejamos atrás y que aún nos une, aunque ninguno de los dos quiera admitirlo.
Los nominados se anuncian: Morello Design Group y Marchesi & Partners. La competencia profesional se mezcla con la tensión emocional. Sé que el verdadero desafío de esta noche no está en los edificios que hemos creado, sino en la historia que seguimos compartiendo: silenciosa, potente y peligrosa.
[ZAED]Una semana despuésMilán ya no es un refugio tan silencioso. Los días pasaron más rápido de lo que imaginé, pero no fueron días tranquilos. La caída de las acciones se estabilizó, sí, pero las noticias no dejaron de seguirnos. Ni los correos. Ni los mensajes. Ni los intentos de llamadas desde Miami.Alya intenta mantenerse ocupada trabajando en los planos del estudio, pero cada tanto la encuentro mirando la ventana, perdida, como si su mente la llevara de regreso a ese país que tanto daño le hizo.Lo único que parece devolverla al presente es tocarse el vientre. Lleva seis semanas. Y cada vez que su mano roza esa pequeña curva apenas perceptible, su respiración cambia. Como si estuviera sosteniendo un milagro y un miedo al mismo tiempo.Esta tarde está nublada. Milán luce pesada, húmeda, gris.Estamos en el estudio improvisado del departamento, revisando un proyecto de fachada, cuando escucho pasos en el pasillo del edificio. Pasos apresurados. Determinados.No le doy importanc
[ZAED]La mañana llega sin suavidad alguna. El cielo de Milán está encapotado, gris, como si la ciudad entera presintiera lo que está a punto de suceder. Alya prepara un té en silencio; yo reviso unos bocetos para el estudio, intentando engañarme, intentando creer que podemos quedarnos en este espacio donde nada existe más que nosotros, pero no dura. Nada dura demasiado cuando se trata de nuestras familias.A las ocho y doce de la mañana exactas, mi teléfono vibra. Una vez, luego otra. Después, una cadena interminable.Alya levanta la mirada, tensa. Lo reviso, y el golpe me llega antes de siquiera abrir la noticia.MÁS DEL 20% DE CAÍDA EN LAS ACCIONES DE MORELLO DESIGN GROUP. MARCHESI & PARTNERS TAMBIÉN SE DESPLOMA UN 18% EN APERTURA DE MERCADOAparece un gráfico en rojo. Rojo como alarma. Rojo como peligro. Rojo como guerra.Alya deja la taza sobre la mesada con un ruido que suena a quebradura.—¿Es por nosotros? —pregunta con un hilo de voz.—Sí —respondo sin mentirle. No podría.El
[ZAED]El día despierta sin pedir permiso. La luz entra desde la ventana como una caricia tibia, suavizando los bordes del dormitorio y pintando de dorado la piel de Alya, que duerme acurrucada contra mí. Su respiración es un vaivén lento. Su cabello está esparcido sobre mi pecho, y el anillo que brilla en su mano se convierte en la primera estrella del amanecer.Sé que podría quedarme así para siempre. Aquí, donde nada duele, donde nada pesa, donde nada nos persigue.Pero el mundo no se detiene, ni siquiera cuando lo necesitamos. Mi teléfono vibra sobre la mesa de noche. Primero tímido. Luego insistente. Y después… urgente. No quiero moverme. No quiero romper esta paz recién estrenada. Alya murmura algo entre sueños, se aferra un poco más a mí, como si su cuerpo supiera que el mío está a punto de tensarse.El celular vuelve a vibrar, esta vez con la fuerza de quien trae malas noticias.Y lo sé. Antes de tocarlo, lo sé. Algo pasó.Me estiro lentamente para no despertarla y tomo el tel
[ZAED]El edificio se siente distinto cuando subimos las escaleras. O quizás somos nosotros los que estamos distintos. Alya sube un escalón por delante de mí, mirando cada tanto el anillo, como si necesitara recordar que es real, que está ahí, brillando sobre su piel.Abro la puerta del departamento y la dejo entrar primero. La luz del atardecer se entra por la ventana, pintando todo de un dorado cálido que de a poco deja atrás los rastros se sea tormenta que amenazo con cubrir la ciudad. Y ella… ella parece parte de esa luz. Parece hecha de ese brillo suave que anuncia el comienzo de algo.Cierra la puerta con suavidad, recargándose un segundo contra ella, como si necesitara detener el tiempo.—Zaed… —susurra, mirándome con una mezcla de incredulidad y felicidad cruda—. ¿Qué acabas de hacer?Me acerco despacio, sin romper esa especie de magia nueva que flota en el aire.—Algo que debí hacer hace años —respondo.Ella ríe. Una risa breve, ahogada por la emoción. Se tapa la boca con los
[ZAED]El café que pedimos después de la clínica se ha enfriado entre nuestras manos. Ninguno de los dos habló mucho. No hacía falta, solo basta con mirarnos. El sonido de ese pequeño latido sigue golpeándome el pecho como si fuera un recuerdo vivo.Caminamos de regreso al departamento en silencio, pero un silencio distinto. No es tensión. No es miedo. Es… reverencia.Alya mantiene una mano sobre su vientre, como si pudiera proteger algo que todavía es casi invisible. Yo la observo de reojo y la sensación es tan extraña… Tan inmensa. Una mezcla de amor feróz, vulnerabilidad absoluta y un miedo que me parte en dos.El cielo de Milán está despejado, una rareza. Las calles empedradas brillan bajo el sol de la tarde. Los autos pasan, la gente conversa, los turistas ríen… mientras que para mí, el mundo entero parece moverse bajo el agua.Alya respira hondo, como si intentara ordenarse por dentro.—Zaed… —dice de pronto, mirándome de reojo—. ¿Te das cuenta de lo que acabamos de ver?—Claro
[ZAED]Dos semanas después Milán amanece con su ritmo habitual, en los que el cielo parece un velo pesado que aplasta la ciudad, y aun así, dentro de mi pecho hay un temblor distinto, uno que no sé nombrar del todo. No es solo miedo. No es solo expectativa. Es algo más… algo que nunca había sentido antes.Alya casi no ha hablado desde anoche. Se vistió en silencio, desayunó en silencio, me tomó la mano en silencio cuando salimos del departamento. No es un silencio frío. Es un silencio lleno de memoria. El tipo de silencio que carga fantasmas.Sus dedos tiemblan en mi mano mientras caminamos por las calles empedradas. Trato de apretar su mano un poco, de transmitirle algo de fuerza, de hacerle saber que no está sola. Ella no me mira, pero sé que lo siente. Con Alya, siempre lo he sabido.La clínica aparece entre dos edificios antiguos, con un cartel discreto. Entramos y el sonido de la campanilla retumba como si hubiéramos cruzado un portal. La recepción es blanca, demasiado blanca, c
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