[ZAED]
El café sigue siendo un refugio seguro, escondido entre calles laterales que apenas reciben tráfico. Nadie podría imaginar que aquí, entre mesas de madera y luces cálidas, se encuentra la hija de Donato Marchesi con el hombre que cambió su vida cinco años atrás.
Alya me mira con ojos que lo dicen todo: deseo contenido, rabia silenciosa y dolor que aún no ha sanado. Me duele verla así, a la defensiva, como si quisiera levantar un muro entre nosotros y yo no supiera cómo derribarlo.
—Alya… —comienzo, bajando la voz para no romper la intimidad—. Hoy vine porque… necesito que me escuches. No puedo dejar que este silencio nos destruya más.
Ella aprieta los labios y aparta la mirada, como buscando fuerza en algún punto del café. Sus manos se aferran a la taza de café y sus dedos temblorosos delatan que, aunque intenta mantener la compostura, cada palabra mía la desarma un poco más.
—Zaed… —dice finalmente—. Escuchar no significa… aceptar. No significa que voy a olvidarlo, ni que voy