Secuela de Lluvia de Estrellas. "María vive una nueva vida lejos de aquel al que amó, anclada en el pasado, en una ciudad distinta, obsesionada con su trabajo. Una nueva oportunidad aparece cuando casi ha perdido la esperanza, volver a ver aquel al que tanto amó remueve en ella sentimientos. Pero ella ya no es la misma persona que fue dos años atrás, muchas cosas han cambiado"
Leer más(Narrado por Darío)
El sonido de aquella botella al vaciarse, mientras mi garganta tragaba ese embriagador mejunje que me hacía desconectar de la realidad, con las lágrimas inundando mi rostro, sin cese, escuchando de fondo esa canción, en bucle, era Numbs de Tom Odell, la única que me recordaba a ella.
¿A quién quiero engañar?
Todo. Absolutamente todo me recordaba a ella.
Dejé caer la botella al suelo, moviendo la cabeza al ritmo de la música, dejando escapar mi cálido aliento, en aquella fría noche, mirando hacia la chimenea apagada de mi mansión en Ibiza. Aún podía recordar la última vez que estuve allí, con ella, en como hicimos el amor en aquella misma alfombra en la que ese momento estaba sentado. Los gemidos de ambos estaban atrapados en las paredes de aquella casa, aún podía escucharlo a lo lejos.
Sonreí, sin ganas, volviendo a dar un largo sorbo de mi compañera en esos últimos dos años, una botella de ginebra.
Toda mi vida se detuvo cuando ella se fue, pero no podía reprocharle absolutamente nada, más después de que fue mi propia decisión. Al final, mi padre consiguió lo que quería, atacándome con lo único que sabía que no podría abandonar.
Recordaba como lo hacía antes, sacarla de mi mente por unas horas, recurriendo al calor corporal de otras mujeres, al ardiente sexo, borrándola de mi organismo, pero todo se iba a la m****a al terminar, al tumbarme en mi cama y recordar a esa preciosa chica que ya no estaba a mi lado.
Odiaba sentirme así, supongo que por eso dejé de usar a aquellas chicas, porque no quería convertirme en uno de aquellos tipos que hacen daño a los demás por estar hechos m****a. Nadie, absolutamente nadie, más que yo mismo tenía la culpa de todo aquello.
Un nuevo sorbo a aquella vacía botella me hizo comprender que lo estaba, así que la dejé rodar por el suelo, observándola allí, en aquella extraña posición.
Pensé en la vida de m****a que llevaba, en los negocios. Era el puto amo en el trabajo, me volqué en cuerpo y alma, y no había absolutamente nada que se me resistiese. Quizás era lo único que me hacía sentir vivo en aquellos días, que me alejaba de mis propios autodestructivos pensamientos. Pero... sabía que todos a mi alrededor se habían dado cuenta de que había cambiado.
Tragué saliva, dejándome caer hacia atrás, sobre la alfombra en la que una vez tomé a esa chica, sintiendo las lágrimas en mi sien, hundiéndose en mis cabellos.
La familia. Al menos había conseguido proteger eso, aunque una parte de mí siempre culparía a mi madre de lo sucedido, de no haber podido quedarme al lado de esa chica. ¿Por qué tenía que pagar yo los pecados de otros? ¿por qué no podía seguir adelante con mi vida y dejar de preocuparme de los demás? Seguía siendo el único pegamento que mantenía unida a esa desquiciada familia.
Mi padre, ese al que no volví a dirigirme desde que ella se marchó de la ciudad. Y lo sabía, joder, sabía perfectamente dónde estaba, pero era demasiado cobarde para correr a buscarla... porque... llegados a ese punto... ¿qué cojones iba a decirle?
Ni siquiera me buscó antes de irse, no pidió explicaciones ni una sola vez, y lo agradecí, pero ... me hizo sentir tan imbécil. ¿Por qué? ¿Tan poco signifiqué para ella como para no querer aferrarse a mi lado aquella vez?
Una parte de mí lo esperó, que se quedase a mi lado, que pidiese explicaciones, que me obligase a elegirla a ella. Pero las cosas no siempre suceden como uno quiere.
Yvonne era lo único que me quedaba, y la única a la que no quería recurrir. La evitaba, los negocios con su familia, y todo lo que tuviese que ver con Francia. Quizás esa era una de las razones por las que no quería ir a Mónaco. Pero... la más importante era otra.
No estaba preparado.
Dos putos años y mi mundo seguía detenido en el pasado, incapaz de avanzar en mi puta vida sentimental.
El teléfono comenzó a sonar, pero ni siquiera lo descolgué, solo miré hacia la pantalla, observando el nombre de mi madre reflejado en la pantalla. No iba a responder, y ella lo sabía.
Era difícil para mí hablar sobre lo que me sucedía, más cuando aún la culpaba por lo sucedido. Sus malas decisiones me habían obligado a dejar lo único que podía hacerme feliz en aquella vida.
Mi mente se fue lejos al pensar en ello, al día en el que mi padre descubrió el secreto de mi madre, cogiéndome a mí en medio de toda aquella m****a.
Los sonidos de sus zapatos resonaban por su despacho, mientras yo le observaba desde mi asiento, sin comprender su actitud, ¿por qué me había hecho venir si no iba a hablar de nada?
- Tengo trabajo que hacer – me quejé, cansado de aquella situación – si no es importante... - me puse en pie, dejándole claro que iba a abandonar su despacho, su edificio, a marcharme.
- Sé lo de Marsella – aseguró. Le miré, sin comprender – lo de Diego y tu madre – me quedé rígido, sin poder avanzar ni un ápice – ahora comprendo tantas cosas... su repentino interés por abrir un estudio en el centro, con tu mejor amigo como socio.
- Las cosas no son como tú piensas – le dije, intentando calmar los humos del patriarca. Él lucía molesto con mi posición en todo aquello – ellos ya eran socios antes de lo que sucedió en Marsella, además, sólo fue una vez, sólo...
- Eres tan iluso, hijo – añadió, dejándome sin aliento, ante la mirada de desaprobación que me echó – siempre guardando los secretos de los demás, protegiéndolos, sin obtener nada a cambio. ¿Acaso no has aprendido de los negocios que, en esta vida, las cosas no se hacen gratis?
- ¿Qué quieres a cambio de mantener todo este asunto en secreto? – pregunté, aterrado, pues no quería que Neus se enterase jamás de la clase de mujer que era nuestra madre. Yo había sufrido suficiente por los dos. Sonrió, como si todo aquello le hiciese gracia.
- Que aceptes el trato con los franceses – contestó, dejándome tan sorprendido, que incluso llegué a pensar que llevaba tiempo estudiando hasta el último detalle, como si todo aquello fuese algo planeado, piezas de un puzle que mover a su antojo – si Yvonne quiere que seas su novio de pega, lo serás – mi cara era un poema, jamás esperé algo así de él – aprovéchate de la situación, Darío. Esa niña está obsesionada contigo, y podremos sacar tajada de ello – tragué saliva, porque yo odiaba usar a las personas para mi propio beneficio.
- No pienso hacerlo – me quejé, molesto. Sonrió, como si esperase aquella respuesta, y fuese a rebatir en seguida.
- Por supuesto, tú tienes la última palabra en este asunto – aceptó – pero... piensa en todo el daño que podrás evitar si aceptas, piensa en Neuss, en lo desamparada que quedará tu madre cuando le corte el grifo y no pueda seguir invirtiendo mi dinero en su pequeño negocio.
¿Por qué tenía que seguir pagando por los errores demi propia madre, una y otra vez?
Tenía miles de compromisos en aquellos días a causa del gran éxito que mis diseños tuvieron por culpa de la colaboración. Todo el mundo quería uno de mis vestidos, tocados u otros complementos.Las cosas estaban yéndome muy bien en el estudio, tenía ofertas de trabajo en el extranjero, pero yo tenía muy claras mis prioridades. A pesar de eso, viajaba a menudo fuera de la ciudad para dar charlas, conferencias incluso para colaborar con marcas de moda.Ya ni siquiera tenía tiempo para dar clases, aunque de vez en cuando me gustaba impartir algún curso intensivo sobre la moda sostenible.Tenía un montón de bolsas en las manos, además de la maleta, después de mi regreso de mi viaje a Milán. Sabía que había alguien que iba a saltar de alegría en cuanto se enterase de mi regreso. Pero quería darle una sorpresa.Entré en la casa con mi llave y saludé a uno de esos tantos perros que Darío solía adoptar de mientras que les encontraban un hogar. Dejé las bolsas y la maleta en la puerta antes de
María. No podía dejar de pensar en lo que Darío y yo terminamos haciendo en su auto la noche anterior, incluso en su casa, en su cama, en su alfombra. En lo mucho que había añorado sentir todo eso por él, lo mucho que ansiaba volver a estar con él, ser novios como antes. Pero el miedo seguía acechándome, el miedo a que volviese a dejarme en la estacada cuando estuviese terriblemente enamorada de él. –Tienes un aspecto horrible, nena – se quejó mamá al llegar al salón y verme toda resacosa – La salida con las chicas fue bien ¿no? –Acabé pasando la noche en casa de Darío – confesé. Mamá se sorprendió al respecto – Estoy echa un lío, mamá – se sentó junto a mí y se olvidó de preparar el desayuno. –Quédate con el hombre que te haga feliz - ¡Qué fácil era decir eso! –Santiago me hace feliz, pero luego llega Darío y agita mi corazón de esa forma que sólo él sabe y pone patas arriba mi mundo. –Creo que ya lo tienes claro. Sigues enamorada de Darío. ¿Hasta cuándo vas a seguir negándotelo
Darío.Reconozco que estaba impaciente por volver a verla, a pesar de todo. Quizás me había vuelto masoquista y tan sólo quería que ella me destrozase una vez más. ¿Qué era? ¿un maldito enfermo?Aún quedaban algunas semanas para nuestra próxima reunión, por lo que no me pareció mala idea quedar con uno de mis clientes y su prometida, pero la cena no le sentó nada bien, y se llevó la noche en el baño. Finalmente, allí estaba, en la barra, tratando de hablarle a Cintia de mil remedios que su novio podría usar para aliviar su estómago.–Muchas gracias por todo, Darío, de verdad – aseguró ella después de que la camarera pusiese a su alcance la infusión que le había recomendado. Besó mi mejilla y se marchó al baño.–¿Qué es tu nueva víctima? – dijo una voz a mis espaldas. Sonreí y me di la vuelta, descubriendo allí a María. Estaba tan molesta como aquella vez en la que pensó que iba a acostarme con la periodista – Pobrecilla, ni siquiera sabe lo que le espera.–Te veo demasiado molesta par
María.No quería pensar en mis dramas en ese momento, más cuando las cosas iban tan bien en el trabajo. El problema de todo seguía siendo el mismo estúpido de siempre que seguía sacándome de quicio.¿Qué? ¿Qué no iba a esperarme e iba a buscarse a otra? ¡Por mí cómo si se tiraba de un puente con ella!Aquel día estaba de un humor de perros y la culpa de todo era del idiota de Darío que no dejaba de darme largas. Realmente … ¿iba a tirar la toalla sin luchar?¿Qué demonios podía esperar de ese idiota?Era más que obvio cuál debía ser mi decisión final. Porque frente al niñato de Darío, Santiago le daba mil vueltas. Pero … ¿por qué no lo tenía tan claro? ¿por qué seguía pensando en ese idiota?–¿Cómo va todo por allí? – quiso saber Santiago en aquella video llamada que hacía tiempo que no hacíamos - ¿Por qué tienes ojeras? ¿No estás durmiendo bien? Deberías descansar, María. Entiendo que ahora estés muy ocupada con el trabajo, pero también tienes que cuidar tu salud.–Yo estoy bien – me
Darío.Las cosas se me estaban saliendo de las manos.¿Cómo pude ser tan irresponsable cómo para decirle que no iba a esperarla?Quizás tan sólo quería ver su reacción cuando dijese algo así. Aunque… lo cierto es que la conocía lo suficiente como para saber que eso iba a tener justo el efecto que yo quería obtener. Ella iba a hacer lo contrario a lo que yo le pedía. No iba a elegir a ese capullo, iba a estar tan molesta con mi actitud que no podría dejar de pensar en mí.¡Joder!¿Por qué cojones volvía a las andadas?¿Por qué tenía que hacerle daño para hacerme notar ante ella?Tenía que detenerme de una vez, pero … ¿por qué no podía?Tampoco quería pensar en lo que sucedi&
María.Trabajar con Darío Espier era un verdadero suplicio, no porque fuese un mal trabajador, sino porque sus continuas miradas me hacían sentir demasiado y terminaba pensando en nosotros, en aquel maldito trío en el que yo solita me había metido, dejando de prestar atención al trabajo.Necesitaba dar lo mejor de mí, pues yo misma le aseguré a Micaela que mi pasado con Darío no iba a ser un problema.Santiago no me puso impedimentos y se alegró demasiado cuando le hablé sobre aquella oportunidad laboral, aunque… lo cierto es que ni siquiera mencioné que estaba trabajando con Darío. En aquel momento… me daba demasiado miedo su reacción, tener que explicar demasiado o que él no entendiese la situación.El pequeño coctel de celebración de aquella colaboración estaba
Último capítulo