17. Encuentro furtivo
Emilia Díaz
Quería que ese beso no terminara nunca.
Quería quedarme allí, suspendida en ese instante, con sus labios fundidos en los míos, con su aliento compartido, con la certeza de que, al fin, era real.
Álvaro estaba aquí.
Cerré los ojos con fuerza, como si temiera que, al abrirlos, todo se desvaneciera… como si fuera un sueño cruel del que no quería despertar.
—Álvaro… —susurré su nombre entre sus labios, aferrándome a él como si fuera lo único que me anclara al mundo.
—Estoy aquí —susurró él con la voz áspera, ronca, profunda—. No me iré hasta que estemos juntos. Hasta que Esteban ya no sea una amenaza. Él va a pagar muy caro lo que nos ha hecho.
Su voz me heló.
Abrí los ojos, de golpe. Las imágenes se agolparon en mi mente como ráfagas. Su rostro tras las rejas. La sangre en sus nudillos. Esteban tirado en el suelo, golpeado hasta no poder ponerse de pie. Todo volvió, como un eco imposible de silenciar.
—No, Álvaro… —tragué saliva, sintiendo cómo el miedo se filtraba bajo mi pi