40. Después de la tormenta
Narrador Omnisciente
Las luces rojas y blancas de la ambulancia pintaban destellos sobre las paredes de la mansión cuando finalmente se detuvo frente a la entrada principal. Los paramédicos bajaron con rapidez y eficiencia, empujando la camilla hacia el jardín lateral, donde Ernesto yacía aún entre los brazos de Catalina.
—Estamos aquí, don Ernesto —dijo uno de ellos con tono firme mientras lo acomodaban con cuidado—. Lo vamos a llevar al hospital.
Catalina no quería soltarlo, pero Santiago se acercó a ella con delicadeza, colocando una mano firme sobre su hombro.
—Catalina, yo voy con ustedes. Ya hablé con Christian, mi hermano —explicó, mirando a Álvaro y Emilia—. Ya tiene el quirófano listo. Nos están esperando.
Álvaro asintió, con el rostro aún tenso, la ropa manchada de sangre seca.
—Gracias, Santiago. Nosotros los alcanzaremos tan pronto como llegue la policía y se lleven a Esteban.
Santiago colocó una mano en el hombro de Álvaro, transmitiéndole una silenciosa fuerza.
—Todo est