—Déjame ver si entendí... —empezó Oliver, recostado cómodamente en una de las sillas del despacho, balanceándose con descaro mientras entrechocaba las yemas de sus dedos. Había llegado unos momentos atrás, para revisar algunos temas de la compañía, cuando Kerem le pidió que enviara un correo al veterinario para que se presentara en la mansión lo antes posible a revisar al zorro—. Ahora, en tu propiedad, vive un zorro rojo. Un animal salvaje. Que tiene nombre. Que será revisado por un veterinario, vacunado, registrado con un chip y, además, legalmente adoptado. ¿Estoy en lo correcto? —preguntó, como si analizara algo demasiado importante.
Kerem gruñó bajo, frunciendo el ceño como si el simple resumen de Oliver le provocara acidez.
—Sí. Todo eso —respondió Kerem, con su voz ronca y ese tono de fastidio que parecía no ejercer ningún atisbo de miedo en su amigo.
Oliver elevó ambas cejas. Soltó una carcajada seca, golpeando con fuerza las palmas de sus manos entre sí como si acabara de pre