Kerem esperaba en la habitación. La luz entraba en franjas suaves por las cortinas abiertas. Lena acababa de salir de la ducha, con el cabello húmedo cayendo sobre los hombros y una bata ligera que se movía con cada paso. Él estaba apoyado contra el marco de la puerta, observándola con esa calma que siempre parecía contener algo más.
—Ven aquí —dijo, sin apartar la mirada.
Lena frunció el ceño con una sonrisa curiosa y caminó hacia él. Kerem tomó una cinta negra del bolsillo y la mostró entre sus dedos.
—Voy a vendarte los ojos —anunció.
—¿Y eso por qué? —preguntó, divertida.
—Porque hay algo que quiero mostrarte, pero no quiero que lo veas hasta que estemos ahí.
Ella soltó una risa baja.
—¿Puedo confiar en ti? —preguntó con fingida preocupación.
—No lo sé —respondió él con una sonrisa apenas visible—, pero vas a hacerlo igual.
Lena asintió y se dejó vendar los ojos. La tela cubrió su visión por completo, dejando solo el sonido de su respiración y los pasos firmes de Kerem alrededor.