Celeste se dirigió al despacho de Kerem antes de irse. Se plantó frente a la puerta, con la espalda recta, los labios fruncidos y los nudillos apretados contra la madera.—Kerem —Su voz, aunque firme, se suavizó apenas—. Necesito hablar contigo.Desde dentro no se escuchó nada por un instante. Solo el silencio denso de la mansión. Luego, la voz grave de su hijo se alzó.—Lárgate.Celeste retrocedió un paso, más por la sorpresa que por obediencia. Frunció el ceño, respiró hondo y se giró, furiosa. Apretó los dientes y bajó por la escalera, taconeando con fuerza hasta llegar a la entrada. No soportaba que su hijo le hablara así, pero tampoco iba a rebajarse a insistir.Al cruzarse con la ama de llaves, la detuvo en seco. Era una mujer de rostro amable, robusta y de cabello recogido en un moño bajo. Se llamaba Branwen.—Esa muchacha, la huérfana —espetó Celeste sin disimulo—. Está aquí por misericordia de esta familia. Que lo tenga claro. A partir de hoy te ayudará con los deberes de l
Leer más