Tres años después
Lena caminaba entre los surcos, con el cabello recogido y algunos mechones sueltos que el viento movía con suavidad. Su vestido blanco se ceñía al cuerpo, resaltando el vientre que crecía con el paso de las semanas. Tenía cuatro meses de embarazo y aun así no había querido dejar la organización de la vendimia en otras manos.
Era su primera vendimia completa al mando. Su equipo seguía sus indicaciones con respeto, aunque todos sabían que detrás de las miradas atentas estaba Kerem, observándola desde unos metros más atrás. Él se mantenía con los brazos cruzados, la camisa blanca arremangada hasta los antebrazos, los botones del cuello abiertos, el reloj oscuro brillando bajo la luz del sol.
A los treinta y siete, Kerem se veía más maduro, más contenido. Había perdido algo de la impaciencia de otros años, pero su mirada seguía teniendo ese brillo autoritario que imponía respeto con solo posar los ojos sobre alguien. Y sin embargo, cuando la miraba a ella, la dureza