El cielo estaba perfectamente estrellado y el camino hacia la mansión estaba vacío, mientras las luces del auto cortaban la oscuridad. Lena iba mirando por la ventana, en silencio, con los dedos entrelazados sobre sus piernas. Kerem conducía sin prisa, manteniendo una mano en el volante y la otra sobre su muslo.
De pronto se salió del camino y detuvo el auto junto al viñedo. El motor siguió encendido, el sonido bajo llenando el interior. Kerem echó el asiento hacia atrás, la miró con esos ojos que siempre le hacían morder su labio inferior y sonrió apenas.
—Ven aquí —murmuró, la voz baja, cargada de deseo.
Lena no dijo nada. Se soltó el cinturón y se movió sobre él, sentándose en su regazo. El aire se volvió pesado. Los labios de Kerem la buscaron, y ella respondió sin dudar. Se besaron con fuerza, con la urgencia que solo ellos entendían.
Kerem la apretó por la cintura, recorriendo su espalda con las manos. Lena tembló al sentirlo. Todo en él era firmeza y necesidad. Bajó los tirante