El video terminó, pero la imagen de su madre siendo arrastrada por los hombres de Lombardi se quedó grabada a fuego en la mente de Selene. La pantalla negra de la laptop reflejaba su propio rostro, pálido y descompuesto, y el de Florencio a su lado, una estatua de shock y de una culpa heredada.
El silencio en el penthouse ya no era tenso. Era un abismo. Un abismo de quince años de mentiras, de dolor, de una esperanza que acababa de nacer de la forma más cruel posible.—Está viva.La voz de Selene no fue un susurro de alivio. Fue una constatación. Una sentencia. La de una hija que acaba de darse cuenta de que su luto había sido una farsa. Su madre no había muerto. Había estado sufriendo. Sola. Durante toda su vida.—Todo este tiempo… —continuó, su voz fue un hilo de hielo—. Mientras yo crecía odiando a Elio, mientras me escondía, mientras cre&i