La usina se convirtió en su arena privada. El aire, antes lleno de los gritos y disparos de los humanos, ahora vibraba con una tensión más antigua, más primitiva, más pura. El enfrentamiento entre dos Alfas no era solo una pelea; era un diálogo de sangre y poder, la resolución de una disputa que había comenzado generaciones atrás.
Elio la esperaba, el cuerpo relajado, la arrogancia fluyendo de él como un aura. Las heridas de bala en su torso ya eran cicatrices rosadas, su poder regenerativo, alimentado por la adrenalina y la furia del combate, trabajando a una velocidad asombrosa. Solo la herida del francotirador en su hombro seguía sangrando, como un recordatorio molesto, de que incluso los dioses podían ser heridos por insectos persistentes.Algunos luisones se asomaron, vinieron con Elio, pero éste con un gesto les ordenó que no interfieran. Estos dudaron, se mantuvieron ce