La noche sobre la Sierra de los Volcanes era una boca de lobo, densa y sin estrellas. La única luz provenía de las pantallas tácticas y los visores nocturnos de los hombres de Rizzo, que se movían por el bosque como una manada de chacales tecnológicos, nerviosos y excitados. El rumor de que la "loba de plata" había vuelto a su nido los había puesto en un estado de alerta máxima.
En un puesto de observación a dos kilómetros de distancia, Florencio, Selene y Mar observaban el desarrollo de los acontecimientos. Estaban en la cima de un risco, ocultos entre las rocas. Florencio tenía sus binoculares térmicos, mientras Mar, con los ojos cerrados, sentía las vibraciones del agua en el aire, cartografiando el bosque de una forma que ningún satélite podría.—Rizzo y tres de sus hombres se acercan a las ruinas desde el sur —informó Florencio en un susur