La adrenalina se desvaneció, dejando tras de sí un silencio espeso y el olor metálico de la sangre que subía desde el cañadón. Abajo, en el teatro de la masacre, Elio soltó un último rugido de frustración y, cojeando visiblemente por la herida de bala en su hombro, desapareció entre las rocas, una bestia herida volviendo a su guarida para lamerse las heridas y planear su venganza. Rizzo, el líder mercenario, logró escapar también, arrastrándose hacia la oscuridad, dejando atrás a sus muertos.
En el risco, la quietud era de un tipo diferente. Era la quietud del agotamiento, del poder gastado, de la cruda realidad de lo que acababan de hacer.Mar estaba de rodillas, el cuerpo sacudido por temblores post-adrenalina. La euforia del poder la había abandonado, dejando en su lugar un vacío helado y la imagen de los hombres que había ayudado a matar. Mir&oa