092.
Selene bajó las escaleras sin hacer ruido. Mar estaba en la cocina, de espaldas, revolviendo algo en una olla. Como si nada. Como si no hubiera violado todos los umbrales de lo íntimo.
—¿Dormiste en mi cama? —preguntó sin rodeos.
Mar no se dio vuelta.
—Olía a vos. No lo pude evitar.
Selene se acercó hasta quedar a menos de un metro.
—No te di permiso.
—Nunca me diste permiso para nada, Sely. Y sin embargo… todo lo que soy ahora empezó con vos.
Silencio.
Selene olfateó el aire.
Algo no estaba bien.
—¿Qué cocinás?
Mar le mostró la cuchara. Un guiso espeso. Oscuro.
—Comida —dijo—. Para dos.
—¿Dos?
—Yo… y tu soledad.
Selene cerró los puños. Sintió la faca contra el muslo. La deseó.
—No soy tuya, Mar.
Mar dejó la cuchara. Se dio vuelta.
Tenía las manos manchadas. Los ojos brillosos. El rostro marcado de arañazos.
—No… pero yo soy tuya, aunque no quieras. Aunque no te importe.
—No me importa.
Mar sonrió. Una sonrisa rota.
—Entonces matame.
Selene parpadeó.
—¿Qué?
—Matame. Ahora. Así te libe