068.

Selene bajó las escaleras con los pies descalzos. No se molestó en buscar ropa. El viento frío se metía entre sus costillas, pero no le importaba. El calor aún le latía entre las piernas, recordándole la forma exacta en la que Elio la había poseído. No con amor. No con ternura. Sino con ese lenguaje crudo que compartían solo las bestias sin dueño.

Abrió la puerta del baño. El vapor aún colgaba del ambiente. El olor a jabón viejo se mezclaba con el salitre de su piel.

Se miró en el espejo. El del baño. El intacto.

La imagen que le devolvía no era suya. O no del todo.

Ojos cansados. Labios inflamados. Arañazos en la clavícula. Un moretón bajo el pecho izquierdo. La marca de una mordida. Como si Elio hubiera querido dejar su nombre grabado con dientes.

Selene apretó los puños. El espejo no se rompió. Pero tembló.

O tal vez temblaba ella. O tal vez era el mundo el que se aflojaba por dentro.

—No sos mía. No sos de nadie. No te confundas —susurró, hablando en voz alta, como si esa voz le p
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