039. Tu Nombre en Boca de Extraños
Esa mañana del segundo día no trajo el sol, sino una luz lechosa y anémica que se filtraba por los postigos, una luz que parecía tener miedo de iluminar por completo la mugre y los secretos de la cabaña. El aire adentro estaba viciado, impregnado del olor a café quemado, a whisky evaporado y a la tensión no resuelta entre dos cuerpos que habían compartido demasiado silencio.
Selene no había vuelto a la habitación. Se había quedado en el sillón de cuero, hecha un ovillo dentro de la chaqueta de Florencio, fingiendo un sueño que no llegaba. Escuchaba cada uno de sus movimientos: el ritmo de su respiración en la silla de enfrente, el suave chasquido del cerrojo de su maletín, el roce de la tela de su pantalón. Cada sonido era una pieza más en el rompecabezas del hombre que la mantenía prisionera y, paradójicamente, a salvo.
Florencio, por su parte, no había dormido. La adrenalina de las últimas horas y la conversación con Giménez lo mantenían en un estado de alerta máxima. Su mente de