Lucía

Berlín.

El cielo está bajo, pesado, sin profundidad. Un cielo que no espera nada. Que observa, plano y desencantado, como un viejo testigo cansado.

El viento me golpea la cara en cuanto salgo del taxi. Mi bolso cruzado me lastima el hombro. No hay herida visible. No hay sangre. Solo este dolor sordo y persistente de quienes llevan más de lo que deberían. Demasiado silencio, demasiadas decisiones tomadas en la sombra.

Apenas levanto la vista. Conozco el edificio. Me lo han descrito cien veces. Lo he visto en planos, fotos, pantallas. Ladrillo rojo viejo, ventanas estrechas, olor a sótano que sube por la escalera. Pero aquí, en la realidad, tiene algo extrañamente… limpio. Demasiado silencioso. Como si hubiera sido lavado antes de mi llegada. Lavado de toda memoria. Lavado para mí.

Subo. Cada escalón cruje, pero ninguno realmente se quiebra. Los escalones retienen su queja. Como si alguien les hubiera pedido que se callaran.

(Hace dos días)

La partida.

Todo comenzó a las 4:02 de l