Lucia
No había planeado detenerme. Solo pasaba. Eso es todo.
Caminaba rápido, con el cuello levantado, la mente en otra parte, como si las aceras de esta ciudad pudieran escupirme al otro lado de mis dudas. El cielo estaba bajo, gris sin promesa, y mis pasos sonaban huecos contra los adoquines mojados. Debería haber continuado. Podría haber continuado.
Pero hubo ese detalle: un olor, casi olvidado, a cuero antiguo y polvo caliente. Una luz tenue en el escaparate. Y esa novela. Otra novela, en realidad, pero que llevaba la misma ilustración que la que mi padre me había regalado cuando era pequeña. Una vieja edición. El mismo desgaste en el lomo. Una cubierta que me miraba como un testigo, no como un objeto.
Una coincidencia demasiado precisa.
Una trampa bien tendida.
Así que entré.
La campanita sobre la puerta sonó, aguda, rota. La librería me engulló como un recuerdo mal guardado. Es estrecha, alta de techo, con estanterías oscuras hasta las vigas, escalones tambaleantes, y una luz qu