LuciaEl olor a sangre sigue ahí.Se adhiere a mis fosas nasales, a mi cabello, a mi piel. Una segunda piel. Una prisión. Me abraza como una amante venenosa, deslizándose por mis poros, insidiosa. Cada respiración es una quemadura. Cada latido del corazón, un recordatorio. Está ahí, en todas partes, como un testigo mudo. Un insulto. Un eco. Pero más que este olor, es él. Michel.De rodillas.La mirada perdida. El arma en la mano, como una extensión ridícula de su cobardía. Sus dedos están crispados sobre ella, pero parece que le pesa más que un cadáver. Quizás porque es la causa de ello. Quizás porque grita lo que se niega a admitir.Lo miro fijamente. Mi pecho se eleva a un ritmo frenético, no por miedo, no por dolor. Ya no hay lugar para eso. Solo la furia. Salvaje. Visceral. Una bestia de colmillos rojos que ruge en mis entrañas.— Levántate, Michel.Mi voz resuena. Como un látigo. Él se sobresalta. Pero no se mueve. Se queda paralizado. Patético. La sombra de un hombre. Un muñeco
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