La oscuridad de la madrugada envolvía la ciudad, y Viktor no podía dejar de moverse de un lado a otro en la habitación, la tensión le recorría el cuerpo. La aparición de Alarik el día anterior justo en la cremación de la madre de Alina había sido un golpe durísimo para ella, por la amenaza que arrojó sobre su persona, pero más para Viktor. La veía, desde la esquina de la habitación, sentada junto a la ventana, con la mirada perdida en el vacío. La tristeza la envolvía como una niebla espesa, y Viktor no podía hacer nada para aliviar el dolor que había dejado la muerte de Laura, ni mucho menos la de su madre.
Sin embargo, había algo mucho más profundo que lo inquietaba: el peligro que siempre acechaba a Alina, el peligro que siempre estaría presente mientras estuviera a su lado, porque ya muchos la reconocían como su debilidad. Si había algo que Viktor sabía, era que su vida estaba marcada por la violencia, y nadie en su vida podía estar a salvo. No si él no tomaba el control total.
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