Al día siguiente, la mañana llegó fría, sombría, como si el cielo supiera lo que se avecinaba. Alina se encontraba sentada en una pequeña mesa, mirando por la ventana mientras la luz débil de la mañana iluminaba la tienda de artículos para bailarinas que había comenzado con tanto esfuerzo. Aquel espacio había sido su refugio, el último vestigio de un sueño que se había ido desvaneciendo en las sombras de su realidad. Pero hoy, algo era diferente. Viktor había regresado a su vida, y con él, todo lo que había creído muerto resurgía con fuerza.
Mientras observaba su reflejo en el cristal, Alina no podía evitar pensar en lo que había hecho, lo que había permitido que ocurriera. Un bebé crecía dentro de ella, una vida que, aunque venía de Viktor, aún le resultaba imposible de aceptar. Había decidido mantenerlo, sí, pero cada día era una batalla. El miedo y la incertidumbre la consumían, la hacían sentir más atrapada que nunca. Y mientras miraba la función que se llevaba a cabo en su mente,