El aire frío de la tarde de esa época del año golpeaba la ventana de la pequeña tienda de Alina en Tenerife. La noche se estaba acercando, afuera todo lucía tranquilo, más en calma en comparación al torbellino de emociones que fluían por su pecho. Era un contraste entre lo externo y la verdad que fluía en su interior. La calma que la rodeaba no lograba apaciguar ese torbellino de emociones que la consumían.
Para este momento Adara estaba sola en su pequeño local, rodeada de los trajes de ballet, los tutús cuidadosamente organizados, los zapatos de punta perfectamente alineados, como si fueran reliquias de un sueño que ya no tenía cabida en su vida.
Los días habían pasado en silencio desde que Viktor había reaparecido en su vida. La primera y única conversación que habían tenido la dejó marcada, y él en su frialdad tan natural solo se marchó con la promesa de volver por ella, Alina constantemente se preguntaba:
«¿Para qué iba a volver?»
Ella creía haberle dado una respuesta. Estaba n