Alina miró a Viktor, luchando por mantenerse firme, aunque su corazón estaba hecho trizas. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, de toda la oscuridad que los envolvía, sentía la necesidad de gritarle, de rechazarlo, de huir. Pero algo en su interior la mantenía anclada a él, ese maldito amor que jamás tuvo y solo él a su manera le dio. El dolor, la traición, la esperanza de una vida mejor, todo se entrelazaba con la confusión que Viktor le provocaba.
—No quiero seguir tus pasos, Viktor —le dijo Alina con voz temblorosa, las lágrimas brillaban en sus ojos. Aunque intentaba mantener la compostura, su corazón no la dejaba. Ella había sido una víctima de todo esto, y lo sabía. Pero el amor, el amor que ella sentía por él, la hacía más vulnerable de lo que estaba dispuesta a admitir.
Viktor la observaba con una mezcla de furia y tristeza. Los ojos de él, azules, como pozos oscuros, contenían una tormenta que se desbordaba poco a poco, sin que él pudiera controlarla. Un hombre