La noche se había vuelto fría después del tiroteo. El silencio que había dejado el escape de Roque se sentía artificial, tenso, como el momento justo antes de que vuelva a rugir la tormenta.
Adentro del refugio, la calma regresaba lentamente. Las luces débiles parpadeaban mientras Sarah trabajaba con manos firmes pero apuradas, limpiando la herida de Luna. No había sido un disparo letal, pero sí profundo. El impacto había atravesado el costado de su abdomen, rozando músculo y piel. Por suerte, no tocó órganos vitales.
—Esto va a doler un poco —dijo Sarah, con la voz tranquila mientras vertía el líquido antiséptico.
—Ya me dispararon, no te preocupes —respondió Luna con una mueca—. Eso ya dolió bastante.
Sarah sonrió apenas, mientras vendaba el costado con movimientos precisos.
—No vas a morir, tranquila. Pero tenés que tomar antibióticos y no moverte mucho. Necesitás descansar.
Luna asintió con un leve gesto, y su mirada fue directamente hacia Santi, que estaba a pocos metros, d