El león despierta:
Santiago ya no dudaba.
La sangre de su hija en peligro había sido la última línea. Aquel intento de secuestro no solo fue una amenaza: fue una declaración de guerra. Desde entonces, algo en él cambió. Su mirada ya no temblaba. Su voz no se quebraba. Y su corazón, aunque seguía latiendo por Sarah y Alma, ahora latía con más furia que miedo.
Se levantó antes que el sol, como cada día desde aquel intento. Su rostro tenía sombras permanentes bajo los ojos, pero su cuerpo se mantenía firme. Entrenaba solo. Revisaba los pasillos solo. Patrullaba con Luna en silencio. Los días de liderazgo amable habían terminado.
Ese día, al reunirse con los habitantes del refugio, su voz sonó como un disparo:
—No voy a tolerar una amenaza más. El que juegue con la seguridad de esta ciudad, con la de mi familia… se va a encontrar conmigo, cara a cara. Y no voy a hablar dos veces.
Un murmullo recorrió el galpón. Muchos lo miraban con respeto, pero algunos bajaban la mirada, incómodos. Él s