La música del salón seguía vibrando cuando el senador Vega se despidió de Aria con una sonrisa lenta, demasiado personal.
Victtorio lo observó marcharse mientras apretaba la mandíbula tanto que el músculo le temblaba.
Aria sintió la tensión detrás de ella incluso antes de que él hablara.
—Conmigo. Ahora. —gruñó Victtorio, sin tocarla, pero con esa autoridad que se le clavaba en la piel.
La guió hacia uno de los pasillos laterales del hotel Harrison, lejos de los invitados, lejos de Carter, lejos de Ginna… lejos de todos. Apenas estuvieron solos, Victtorio se apoyó en la pared, mirándola como si fuera una provocación viviente.
—¿Desde cuándo saludas así a un hombre que acabas de conocer? —su voz era baja, rugosa, cargada de celos.
Aria lo miró sin miedo.
—¿Así cómo, Victtorio? ¿Con educación?
—Con… confianza —escupió él—. Ese cabrón no te apartó la mirada.
Aria sonrió apenas.
—No es mi culpa si le llamo la atención.
Él dio un paso hacia ella, invadiendo su espacio,