La puerta se cerró tras Carter y Sofía, dejando un silencio que pesaba como una amenaza.
Vittorio dio dos pasos hacia Aria.
Dos pasos que eran puro control.
Y furia.
El ambiente se tensó como si alguien hubiera tensado un hilo alrededor del cuello de ambos.
—Ahora sí —murmuró, acercándose—. ¿Por qué estabas llorando?
Aria bajó la mirada apenas un segundo, culpable… pero solo en apariencia.
No podía decir nada real.
No podía admitir la llamada.
Así que levantó el rostro con calma falsa.
—Fue felicidad —susurró, elegante en su mentira—. Tener a Sofía conmigo… me hizo sentir tantas cosas que me abrumé. Eso es todo.
Vittorio no le creyó al instante.
Sus ojos oscuros la perforaron.
Y entonces la tomó del mentón, firme, con dedos calientes y autoridad absoluta.
No la lastimaba.
Pero la poseía.
—Mírame —ordenó.
Ella obedeció con la cabeza, pero no con el espíritu.
Él lo vio.
—Tus ojos no mienten —dijo, voz grave—. No era felicidad. Era otra cosa.
¿Rabia?
¿Miedo?
¿O culp