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capítulo 23— El agua que no perdona.

La Última Habitación

El gong final había sonado.

Solo quedaba una competidora en el laberinto.

Diana entró en la última sala con el corazón latiéndole en la garganta.

Era un cubo perfecto de cristal reforzado, de cinco metros de lado, vacío salvo por un pedestal de piedra en el centro. Encima, un acertijo grabado en plata lunar.

El cronómetro en la pared marcaba 3:00 minutos.

«Responde y la puerta se abrirá.

Falla y el precio será justo.»

Diana leyó en voz alta:

«Soy lo que une al lobo y a la luna,

más fuerte que la sangre, más antiguo que el miedo.

Te doy nombre cuando naces,

te lo quito cuando mueres.

¿Qué soy?»

Nil susurró en su mente, tranquila, segura.

El vínculo.

—Vínculo —dijo Diana con voz firme.

El pedestal brilló en verde.

Correcto.

Pero la puerta no se abrió.

En su lugar, un siseo metálico recorrió las paredes.

Cuatro válvulas ocultas se activaron al unísono.

El agua comenzó a brotar con violencia.

Diana corrió hacia la puerta de cristal. Golpeó.

Nada.
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