El amanecer llegó con un murmullo distinto. No eran tambores, ni entrenamiento, ni voces apresuradas. Era un movimiento silencioso, organizado, casi reverente. Cuando Diana salió al balcón de la habitación que Viktor le había asignado temporalmente, encontró a varias mujeres decorando el círculo central de la manada.
Hilos plateados.
Velas negras.
Flores blancas.
Piedras lunares.
Una energía vibrante llenaba el aire.
Viktor apareció detrás de ella, pasando los brazos por su cintura sin decir palabra. Su presencia era cálida, estable, tan sólida que Diana se relajó al instante.
—¿Qué ocurre ahí abajo? —preguntó ella, aún observando.
—Mi abuela decidió que anoche no era suficiente —respondió Viktor, apoyando la barbilla en su hombro—. Dice que una bienvenida informal es una falta de respeto para una luna.
Diana sonrió, bajando la mirada hacia las mujeres que organizaban el espacio con una precisión ritual.
—¿Y qué planea exactamente?
Viktor soltó un suspiro resignado.
—La presentación o