La tensión en el gimnasio era tan densa que parecía envolverlo todo. Diana aún respiraba rápido por el entrenamiento, el pecho subiendo y bajando con fuerza, la piel perlada de sudor y los ojos clavados en Viktor con ese brillo rojo intenso que solo aparecía cuando su lobo estaba listo para pelear o para arrasar con todo. No había odio ahí, pero sí un fuego indomable, el mismo que había heredado de Adrian y que hacía que cualquiera pensara dos veces antes de contradecirla.
Viktor la observaba sin parpadear. La había visto pelear, derramar sangre, sobrevivir a trampas y a un intento de asesinato… pero nada lo dejaba tan desarmado como verla enfurecida con él.
Respiró hondo, pero esta vez no como alfa, ni como líder de una de las manadas más antiguas. Respiró como hombre… como compañero… como alguien que sabía que, si perdía a la mujer frente a él, perdería el rumbo entero de su vida.
—Diana… —su voz salió más suave de lo que planeó.
Ella cruzó los brazos, tensando cada músculo, dejando