El amanecer que marcaba la salida hacia la manada de Estrella Plateada llegó sin pedir permiso. El cielo apenas clareaba y, aun así, el corazón de Diana llevaba horas despierto. Se ajustó las vendas de entrenamiento mientras miraba por la ventana. Allá afuera, su hogar entero estaba en movimiento: guerreros cargando cajas, omegas clasificando alimentos, betas dando instrucciones rápidas y precisas. Era la rutina natural de Luna Creciente, pero esa mañana… todo se sentía distinto.
Era la última vez que vería ese paisaje como su hogar.
Viktor la observaba desde la cama, con los brazos detrás de la cabeza y esa calma peligrosa que lo caracterizaba cuando estaba procesando más emociones de las que decía. Habían dormido juntos, pero él había despertado antes, y ahora simplemente… la miraba. Como si quisiera grabar en su memoria cada gesto, cada respiración, cada parte de ella antes de llevarla a su territorio.
—¿Lista? —preguntó, levantándose para ayudarla a ajustar su trenza.
La voz le sa