El amanecer apenas se insinuaba en el horizonte cuando Valeria terminó de guardar sus escasas pertenencias en la mochila. Sus manos se detuvieron un instante sobre su vientre, ese pequeño universo que crecía dentro de ella y que ahora debía proteger a toda costa. El refugio de Damián en las montañas era su única opción, aunque la idea de depender de él seguía provocándole un nudo en la garganta.
—¿Lista? —la voz de Damián sonó a sus espaldas, grave y contenida.
Valeria asintió sin mirarlo. El silencio entre ellos era como una tercera presencia, pesada y tangible. Salieron de la cabaña cuando las primeras luces del día comenzaban a filtrar entre los árboles. El viejo Jeep de Damián esperaba fuera, con el motor ya en marcha.
—Serán unas cinco horas hasta las montañas —explicó él mientras acomodaba las mochilas en el maletero—. El camino se vuelve complicado en la última parte.
—Puedo soportarlo —respondió ella con más dureza de la necesaria.
Damián la miró un instante, sus ojos verdes e