La mañana se desplegaba con una calma engañosa sobre el territorio de Kael. Valeria había despertado con una extraña sensación en el pecho, un presentimiento que no lograba descifrar mientras acariciaba su vientre cada vez más abultado. Las semanas bajo la protección de la manada de Kael habían transcurrido con una paz que jamás creyó posible después de su destierro.
Se encontraba en el jardín trasero de la cabaña, respirando el aire fresco del bosque, cuando percibió el cambio. No fue un sonido o una imagen, sino la tensión repentina que invadió el ambiente. Los lobos de guardia en el perímetro se habían puesto alerta, y el murmullo de actividad inusual llegaba hasta ella como un eco distante.
Kael apareció en el umbral de la puerta. Su rostro, normalmente sereno y controlado, mostraba una rigidez que Valeria reconoció de inmediato. Era la expresión de un Alfa evaluando una amenaza.
—Tenemos que hablar —dijo él, con una voz demasiado medida.
Valeria sintió que su corazón se aceleraba