Soledad

Aimunan

El bip bip del monitor era un pulso ajeno. Me recordaba que mi cuerpo estaba reparándose, pero mi alma estaba dividida. Me dolía el vientre, pero me dolía más el nudo de rabia y decepción que me había dejado Alex. No por la pérdida —eso era un dolor compartido—, sino por la mentira y la subestimación.

​Me había dejado una orden: "Yo me encargo del resto." Y con esa orden, había desechado todo mi mundo, toda mi fe.

​Él dudó de mi mundo. De la medicina que él mismo había visto actuar.

​Pero ahora me sentía más sola que nunca. El espacio era frío, lo que me hizo recordar aquel sueño, donde mi pequeña familia desaparecía y yo me quedaba en un lugar frío y desolado.

​Mis lágrimas cayeron. Todo estaba en esa premonición; la alerta siempre había estado ahí.

​Eso pasaba cuando te desconectabas de tu mundo; hacer una vida común bloqueaba tus capacidades internas, por eso no le había dado interés.

​¿Lo hubiera podido evitar? No. Ya no era momento de cuestionarse el qué hu
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