Aimunan
El 31 de diciembre. Víspera de Año Nuevo. Es el día de la consumación de nuestra promesa.
El aire en la ancestral villa del Abuelo Lee, en las montañas de Gyeonggi-do, está impregnado de la solemnidad del invierno. Huele a pino resinoso, a la escarcha cristalina sobre la nieve reciente y al incienso antiguo quemándose en braserillos de bronce. Es un lugar que respira paz y milenaria tradición. Para mí, sin embargo, el aroma dominante es la dulzura embriagadora y terrosa de las orquídeas Cattleya Mossiae que Jin-Sung ha dispuesto con devoción por todo el pabellón, un cálido eco floral de mi tierra.
Estoy vestida con un hanbok de seda color marfil que contrasta con la intensidad de mi piel trigueña. La tela, suave como agua helada, me envuelve. El diamante Mossiae en mi dedo no solo brilla; irradia una luz rosa pura, la certeza de nuestra unión.
Miro a la pequeña congregación. No hay cientos de invitados, sino los pilares de nuestros mundos, cuidadosamente seleccionad