Alexander (Jing-Sung)
El sabor de la traición aún quemaba en mi boca. No era el sabor de Munan, sino el mío propio. Ella me había confrontado, y yo había temblado. Su dolor me había hecho temblar más que las acciones de mi padre.
Me acerqué a la cama. Ella estaba inmóvil, mirando el techo, absorbiendo su dolor con una dignidad que me destrozaba. La amaba por su fuerza, y por eso mismo sabía que no podía arrastrarla a la guerra que comenzaba ahora.
—Karl se quedará de guardia —dije, con la voz firme y desprovista de cualquier calor que pudiera tentarme a quedarme—. Tienes seguridad doble. Nadie se acercará a esta habitación sin mi autorización. No te faltará nada.
Ella giró la cabeza lentamente para mirarme. Sus ojos no tenían lágrimas, sino una frialdad que reflejaba la mía.
—Te vas a vengar —afirmó, sin preguntar.
—Voy a terminar esto. Y lo haré a mi manera —respondí, sin usar su nombre. El Alexander que le pertenecía se estaba muriendo, y la frialdad era el sudario.