La Gema del Destino
...Ariadna levantó la mano temblorosa y la posó... sobre su vientre.
Elías no se movió. Su rostro, bañado por la luz mortecina, era una máscara de granito. El pánico que un momento antes había desgarrado su voz se congeló, dejando solo una quietud aterradora. Ariadna se sintió hundir. Ese silencio no era la furia del Alfa, sino la fría y calculadora negación de una bestia acorralada. ¿Estaba a punto de rechazarla a ella y al destino que cargaba?
Pero entonces, el Alfa explotó.
La rigidez se rompió con la violencia de un trueno. Elías se abalanzó sobre ella, no con ira, sino con una alegría tan torrencial que la hizo jadear. Sus ojos dorados se inundaron de una luz incontrolable, un sol naciente. Dejó caer el rostro en su cuello, su aliento, antes gélido, ahora cálido y vibrante contra su piel.
—¿Cómo lo supiste? —rugió, su voz llena de éxtasis y un millón de preguntas sin respuesta—. ¿Estás segura? ¿Cuándo lo confirmaste? ¿Es por eso que el ritual te agotó? ¿Estás