El día se arrastró, un borrón de cifras, gráficos y la incesante presencia de Elena explicando la intrincada maquinaria de los laboratorios de horticultura avanzada.Ariadna se sumergió en el trabajo con una ferocidad casi desesperada. Era más fácil lidiar con la bioquímica de una planta moribunda que con la revelación de los hombres lobo, el destino de su madre o el magnetismo inquietante de Elias Thorne. Su "don" era real; bajo sus manos, las plantas enfermas respondían con un leve, casi imperceptible, brote de vida, un sutil rubor verde que antes no existía. Elías no volvió a aparecer en el laboratorio, al menos no mientras ella estuvo allí. La ausencia, sin embargo, era casi tan potente como su presencia. Cada vez que escuchaba un sonido en el pasillo, su corazón saltaba, esperando su voz profunda, su mirada penetrante. La cena fue un asunto más solitario. Elena le llevó la bandeja a su habitación, y Ariadna cenó en silencio, observando la os
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