En un mundo en donde los hombres lobos gobiernan con puño de hierro y sangre, los humanos libres apenas sobreviven en escondites remotos. Entre ellos, los conventos se han convertidos en refugios sagrados para las jóvenes que huyen de la caza salvaje que perpetúan los lobos en busca de esposas vírgenes. Hasta que una noche el rey alfa Aleckey Strong, un inmortal de más de doscientos años, se una a la cacería en con algunos lobos y decide invadir un lugar sagrado, donde su destino lo une a la hermana Calia, una joven devota que ha jurado su vida en la fe y condenando a los lobos como demonios. —Dime monjita, ¿Cuánto tiempo más piensas resistirte a lo inevitable? Eres mía, marcada por mi mordida, ligada a mi alma. No tienes escapatoria —resoplo con voz grave en su oreja. —No soy tuya, demonio. Pertenezco a Dios. Puedes marcarme, encerrarme y humillarme, pero jamás me someterás a tu voluntad. Lo que comienza como un acto de dominio pronto se convertirá en un vínculo imposible de ignorar. ¿Podrá Calia resistir el tirón del vínculo que la ata a Aleckey? ¿O caerá en los brazos del alfa que no se detendrá ante nada para reclamar lo que es suyo?
Leer más—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.
—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho. A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, esta noche cazaban algo mucho más valioso: mujeres vírgenes. La tradición se remontaba a siglos atrás. En noches como esta, los lobos buscaban a sus futuras hembras, aquellas que podrían fortalecer la sangre de la manada y traer descendencia fuerte. Pero Aleckey tenía el mismo objetivo. Buscaba a su luna por más de doscientos años, ha sentido un vacío en su alma, por la ausencia de la mujer que está destinada a completarlo. Había recorrido aldeas, saqueado pueblos, e incluso tomado mujeres solo para descubrir que ninguna era la correcta, el rey alfa no ha tenido éxito alguno. —Recuerden —gruñó Alfa Aleckey, deteniéndose de repente y alzando su cabeza hacia la luna—. No lastimen a nadie. Solo tomen lo que es nuestro. ¡Las vírgenes son nuestra prioridad! Los lobos asintieron, sus ojos brillando con anticipación. La manada avanzó hacia el santuario de piedra que se alzaba en la distancia, iluminado por la luz plateada de la luna. Dentro de esas paredes, bajo votos de castidad y devoción, vivían las mujeres que buscaban. Rápidamente el aullido de la manada resonó en las paredes del convento haciendo que las hermanas despertasen asustada. El sonido de campanas de emergencia resonó en el aire, seguido de gritos y pasos apresurados. —¡Rápido! —gritó uno de los betas, su voz llena de urgencia. —¡Las monjas ya saben que estamos aquí! Las puertas del convento se sacudieron bajo el impacto de los lobos, que las derribaron con facilidad. Aleckey entró primero, su figura imponente iluminada por las antorchas que ardían en las paredes. —¡Busquen! —ordenó, su voz llena de autoridad. —¡No dejen escapar a ninguna! La madre superiora intentó mantener la calma, pero cuando los golpes resonaron en las puertas de la entrada principal, el pánico se extendió como un incendio. Las mayores enseguida se desplazaron para llevar a cada una de las jovencitas al sótano, ya esto era algo que se había visto en otros conventos. Las madres superioras estaban al tanto por las cartas que llegan desde otras zonas en donde hermanas fueron secuestradas por demonios como le llamaban ellas a los hombres lobos. Los lobos se dispersaron, siguiendo el rastro de las jóvenes que intentaban esconderse. —No lastimen a nadie. Busquen lo que les pertenece y nos vamos —ordeno el beta mirando a su alfa que se mantenía olfateando el aire—. ¿Ocurre algo, Aleckey? —interrogó notando la tensión en el lobo rojizo que enseguida puso sus ojos dorados en él. —Nada —se limitó a responder para seguir olfateando un débil olor, Aleckey tenía sus sentidos más desarrollados por ser el rey alfa. El mundo había cambiado hace más de un siglo, ya no existían casi humanos y la mayoría que aun vivían eran esclavos o habitaban en lugares como estos en donde terminaban volviéndose la cena de algún vampiro sanguinario. El lobo rojizo se detuvo y libero un bajo gruñido al percibir un aroma débil, puro y delicioso, más embriagador que cualquier otro que hubiera percibido en su larga existencia: pera, chocolate y un algún cítrico parecido al limón. Era ella. La bestia dio paso al hombre que empezó a caminar directo al sótano siendo seguido por sus soldados. Todas las mujeres gritaron alarmadas al ver las figuras emerger como demonios iluminados por las antorchas, el miedo fue lo que se olio en aquel espacio tan pequeño. Tan amargo que hizo arrugar la nariz de cada cambiante presente. —Por favor —rogó la más anciana de las monjas mirando a cada hombre con terror, ya que todos se encontraban desnudos y con ojos brillando con cada golpe de luz de las antorchas. La bestia del alfa le gruño a la señora que se interpuso en su camino. En ese momento Aleckey no tenía control sobre su cuerpo humano y le mostro sus afilados colmillos antes de moverla con tanta fuerza que la envió al suelo. —¡Madre, Sofia! —Gritó una joven intentando ir hasta ella, sin embargo, un soldado rugió y la capturo—. ¡No! ¡Déjame! —lo siguiente que se escucho fue el grito desgarrador al momento de recibir los colmillos del sujeto en su cuello. Los pasos de la bestia continuaron hasta llegar al grupo de jóvenes, recorrió con sus ojos dorados cada rostro hasta detenerlo en una de ellas, cabello tan rubio que casi tocaba el blanco o quizás era ese su color, sin embargo, el sucio le daba ese aspecto. Sus ojos eran de un azules cielo y sobre todo grandes, mirándolo con miedo mientras estaba abrazando a otra chica que lo veía del mismo modo. —Tú —gruñó hacia la joven de cabello plateado mientras que con brusquedad le sujeto de su brazo y la separo de la otra que grito enseguida por su amiga. —¡Déjala! —Suplico en un grito que fue reemplazado por queja hacia el beta del alfa—¡Suéltame! —sin embargo ella fue cargada como un saco de patatas por el hombre moreno. —Señor, en tus… manos encomiendo mi espíritu… perdona mis faltas… y dame descanso eterno… —repetía la monja una y otra vez hasta que el gruñido de Aleckey la detuvo. —He estado esperando por ti tanto tiempo —gruñó bajo deleitándose con el olor de ella. Aunque odiaba ese toque amargo producto del miedo. —Te suplico… no me lastimes —susurró mirando al suelo a su derecha, no podía siquiera bajar su mirada a sus pies sin chocarla directamente con el miembro de la bestia que la tiene prisionera y que parecía disfrutar tenerla tan indefensa. Sin decir ningún palabra, el alfa bajó la cabeza hasta rozar con sus labios la oreja de ella. Calia sintió su corazón detenerse por un segundo. —Por favor… —tembló de miedo al sentir los filosos colmillos deslizarse por la unión de su cuello y hombro. De sus labios salió el grito más desgarrador de todos los que se habían escuchado, Calia lucho por alejarse, pero los fuertes brazos de Aleckey le impidieron hacerlo hasta que la lucha termino y ella estuvo inconsciente por la mordida entre el agarre del alfa que acababa de reclamarla. —Eres mía, monjita.Entonces hemos terminado algo más que paso por mi loca cabeza llena de estrés universitario, pero este pequeño espacio llamado agradecimiento es dedicado a ustedes mis perversos/as que me acompañan en cada loca idea que surge y que siempre están ahí motivándome a seguir adelante y diciendo lo bien que ha quedado esto y lo otro. Enserio yo estoy muy agradecido y espero que esta historia deje algo en cada uno de ustedes porque cada una esta llena mensajes ocultos para reflexionar y preguntarnos ¿Enserio estoy llevando un estilo de vida correcto? Es una pregunta que siempre nos hacemos e incluso yo suelo hacérmela a diario. Me siento eufórico, alegre, triste y nostálgico, lo sé son muchas emociones pero es lo que siento cada vez que termino una idea que solo comienza con simples palabras como ‘‘alfas, lobos, venganza, amor’’ anotadas en mi notas, pero no los agobio con muchas palabras. Yerimil Pérez Creador de las perversiones y cosas endemoniadamente caliente.
—¿Estás listo? —preguntó Aleckey.La niebla matinal aún se aferraba a la tierra cuando Aleckey y Zadkiel caminaron en silencio por el sendero de piedra que conducía al altar ceremonial. Solo el crujir leve de sus pasos y el susurro del viento entre los árboles acompañaban la caminata. Los dos hombres, tan parecidos y tan distintos, compartían un momento suspendido en el tiempo.Zadkiel soltó una pequeña risa, seca y nerviosa.—He entrenado para esto toda mi vida. Pero no sé si eso me hace estar listo.Aleckey se detuvo frente a él y lo miró de frente. Su ojo, verde como un bosque en plena primavera, brillaban con una intensidad solemne.—No hay preparación que te haga sentir listo —dijo con calma—. Pero el trono no se entrega a quien está seguro, sino a quien está dispuesto.Zadkiel asintió lentamente. Su respiración era controlada, pero su corazón latía con fuerza.—No quiero fallarles. A ti. A mamá. A todos los que me enseñaron lo que significa proteger.Aleckey colocó una mano sobr
Cinco años después, la vida de Briella y Zadkiel transcurría en calma. Vivían juntos en una cabaña de madera construida por él mismo, en un claro rodeado de pinos jóvenes, no muy lejos de la mansión real. La casa olía a leña, a miel y a tierra húmeda. Allí, sin el peso de los muros de la mansión, ni el protocolo de la corte, eran simplemente ellos. Los primeros rayos del sol se filtraban a través de las ventanas, proyectando sombras doradas sobre las paredes de madera. En la cama grande del segundo piso, cubiertos por sábanas revueltas, dormían Briella y Zadkiel, envueltos uno en el otro, desnudos. Ella, con el cabello desordenado sobre la almohada, tenía una pierna sobre la cadera de él; él, abrazándola con la mano en su cintura, respiraba despacio, con el corazón aún latiendo en sincronía con el de ella. Despertaron sin prisa, con la lentitud propia de quienes no tenían deberes inmediatos, Briella abrió los ojos primero y se estiró entre las sábanas. Zadkiel, con los ojos aún cerra
Zadkiel avanzaba entre la maleza del bosque con paso firme, pero sin soltar a Gaia, que aún se aferraba a su cuello como un koala. La pequeña temblaba, más por la tensión acumulada que por frío, y se había quedado en silencio. Este le acariciaba la espalda con suavidad, murmurándole cosas al oído, intentando calmarla mientras se acercaban al límite de la mansión. Cuando cruzaron el umbral del jardín real, la alarma ya había cesado. Los guardias abrían paso con rapidez al príncipe heredero, que no decía una sola palabra. Sostenía a su hermana con ambas manos, y detrás de él, unos pasos más lentos y nerviosos, Briella los seguía con el rostro bajo. Fue entonces cuando los vio. Aleckey, Marlon y Calia estaban en la entrada principal. El corazón de Briella se encogió al ver la angustia en sus rostros al principio… y la forma en que se desmoronaban al ver que Gaia estaba a salvo. —¡Gaia! —gritó Calia, corriendo hacia ellos con lágrimas en los ojos. La niña se soltó de su hermano y corr
Briella lo miró con horror. Estaba diferente al hombre de anoche, los ojos rojos e inyectados de rabia, la mandíbula tensa, el rostro cubierto de sudor y barro seco. Tenía la mirada de alguien que había perdido toda razón. —Si haces un solo ruido, le rompo el cuello —dijo con una calma tan aterradora que a Briella se le heló la sangre. —No… por favor, déjala —suplicó, alzando las manos. —Entonces vienes conmigo. Ahora —la señaló con el mentón—. Te alejaste de mí. Me dejaste solo. Me traicionaste… y ahora tú me vas a devolver lo que me quitaste. —No te he quitado nada —susurró ella, sin dejar de mirar a Gaia, que pataleaba y lloraba en silencio. —¡Te fuiste con ese maldito ciego! ¡Con esa bestia que cree que puede arrebatarme todo! —bramó, con los ojos desorbitados—. Pero no, Briella… yo todavía tengo poder. Todavía tengo elección. Me perteneces. Briella tragó saliva. Sabía que no podía hacer nada que pusiera en riesgo a Gaia. La niña temblaba en sus brazos, y Liam estaba fuera
Briella abrió los ojos lentamente, sintiendo cómo su cuerpo despertaba con lentitud y pesadez. Había una presión punzante en su cuello, justo donde Zadkiel la había mordido, y una leve incomodidad en las caderas, como si todo su cuerpo aún estuviera recordando lo ocurrido la noche anterior.Un sonrojo se esparció por su rostro al notar el ambiente tibio en la cama, el aroma varonil que permanecía en las sábanas, y la evidencia del lazo que ahora la unía para siempre al príncipe. Se llevó una mano temblorosa al cuello, tocando con suavidad el lugar marcado. Sentía que ardía, no en dolor, sino en calor… como si su piel supiera que ahora era de él. De Zadkiel.Se sentó lentamente, con las piernas dobladas sobre la colcha desordenada, y solo entonces se dio cuenta de que ya no estaba desnuda. Una camisa amplia, seguramente de él, cubría su cuerpo hasta los muslos. Olía a su esencia, al bosque, al fuego y al hierro. A Zadkiel. Sus mejillas ardieron con una mezcla de pudor y ternura. Él la
Último capítulo