Él estaba ahí. Imponente. Alto, de cuerpo esculpido, cabello oscuro como la noche y una mirada que atravesaba. No tenía nada que ver con el anciano que había imaginado. —Se-señor Feldman… —balbuceé. —Sí. Soy Damián Feldman Jr. ¿Cómo estás? Por un segundo, todo dentro de mí se sacudió. Viéndolo desde esa perspectiva, casarme con Damián no parecía una idea tan descabellada. Era el tipo de hombre que cualquier mujer —con la cabeza en su sitio o no— desearía. Y entonces, mi interior cambió. El temor se transformó en confusión... —Señor Feldman —dije, recuperando la compostura—, quisiera decirle que estoy bien, pero no lo estoy. He leído los acuerdos que usted firmó con mi padre y vengo a decirle que estoy dispuesta a pagar la deuda de mi familia… pero no casándome con usted. Damián dio dos pasos hacia mí, su expresión se volvió aún más seria, más fría. —Creo que está equivocada, señorita Manson. Yo no firmé esos acuerdos. —Su mirada se clavó en la mía desarmándome de inmediato. —Es mi padre quien quiere casarse con usted. De una oficina contigua emergió un hombre mayor, de expresión sombría, pasos pesados y un bastón en mano. Su sola presencia heló el ambiente. —¿Qué…? —susurré, retrocediendo un poco al verlo. —Señorita Manson —dijo con voz grave mientras se acercaba, sus ojos penetrantes y hambrientos me escudriñaban como si ya me poseyera. No. No podía ser real. Aquello tenía que ser una broma cruel. No había forma de que alguien pretendiera forzarme a casarme con ese hombre. Con ese anciano.
Leer másEPÍLOGOAmelie MansonUna contracción, luego otra. El dolor me desgarraba y no pude evitar gritar.—¡No puedo más, duele, y duele mucho… ahhh!Damián se acercó de inmediato, tomó mi mano con tanta fuerza que sentí cómo le temblaban los dedos. Su rostro estaba tan pálido que apenas parecía respirar. Me miraba con los ojos desorbitados, como si el mundo se le estuviera desmoronando en ese instante.—Tranquila, mi amor, ya falta poco —me decía, aunque era evidente que la voz le temblaba más que a mí.Los enfermeros me llevaron hasta la sala de partos. El doctor se volvió hacia Damián y le preguntó si quería entrar. Él dudó, lo vi paralizado, y en un hilo de voz respondió:—No lo sé…Lo apreté con fuerza, clavando mis uñas en su mano.—No me vas a dejar sola una segunda vez —le exigí, con lágrimas en los ojos.Damián tragó saliva, respiró profundo y asintió, temeroso, pero dispuesto a estar conmigo.El trabajo de parto comenzó. El tiempo dejó de tener sentido. Todo eran gritos, sudor, jad
Damián FeldmanDos largos años habían pasado desde todo lo que había sucedido en Feldman Corporated, y la recuperación fue más complicada de lo que parecía, fueron arduos días de trabajo para que la empresa saliera a flote, y muchas situaciones que, afortunadamente, junto a Amelie, pudimos afrontar.—¿Qué dijeron entonces los contratistas? —Amelie acarició mi espalda, mientras colocaba su mentón sobre mi hombro.—Que el negocio es todo un éxito, su inversión es segura. ¿Sabes qué quiere decir esto?Amelie se giró y colocó sus manos sobre los brazos de la silla, mirándome fijamente a los ojos.—Que Feldman salió adelante, que con esta inversión hemos logrado un gran negocio y ocuparemos uno de los cinco primeros lugares en los negocios más rentables del país.Le tomé el rostro con las dos manos y la besé, dejando escapar el orgullo que me invadía.—¡Claro que sí, mi amor! Eso significa… eres una mujer multimillonaria y con uno de los negocios más estables del país.Ella sonrió con dulz
Damián FeldmanAunque había tratado de desconectarme por completo del exterior mientras disfrutaba de mis días con Amelie y mi hijo, fue inevitable que las malas noticias no me alcanzaran hasta en donde estaba.Estábamos comiendo en el restaurante, cuando de repente, todos los empleados se quedaron viendo hacia los televisores del lugar y subieron el volumen de las noticias, captando también nuestra atención.Solté los cubiertos y fijé mi mirada en el anunciado: «Tragedia en Feldman Corporated, una bomba explotó en la mañana de este jueves…»Amelie me miró, y se levantó de la mesa desesperada. Un pito ensordecedor me atravesó los oídos. —Damián, es la compañía. —Ella murmuró y yo ni siquiera pude escucharla muy bien.Traté de recobrar el aire y lo primero que hice fue sacar mi teléfono y encenderlo. Enseguida, marqué el número de Samuel, y a los dos timbres me contestó.—Amigo, ¿en dónde estás? —preguntó con la voz quebrada. —¿Qué mierdas pasó, Samuel? Estoy viendo los titulares de
Narrador Omnisciente—Señorita, ya le dije que no la puedo dejar entrar, es una orden directamente desde presidencia. —la recepcionista se interpuso en la puerta impidiéndole el paso a Rosalía, que todavía sostenía el regalo entre las manos.La rubia sonrió fingiendo cordialidad, aunque sus ojos delataban un brillo inquietante. —Pero si soy la hermana del presidente de esta compañía, no puede impedirme el paso, voy a seguir.La mujer, decidida, apoyó sus brazos en cada borde de la puerta y la miró directamente a los ojos. —No haga que llame a seguridad, señora Rosalía, usted no puede entrar a esta compañía.La paciencia de Rosalía se quebró. Tomó la caja con una mano y con la otra empujó con brusquedad a la recepcionista. —¡No sea ridícula! ¿Acaso usted no sabe quién soy yo? ¡Soy una Feldman, y tengo derechos sobre esta compañía! —sus palabras se rompieron en un grito desesperado—. ¡Y la voy a hacer volar! Si es que no me dejan entrar.Entonces, abrió la caja de regalo como si fu
NARRADOR OMNISCIENTE Era el quinto cigarrillo que Rosalía apagaba en el cenicero, desesperada. La rubia caminaba de un lado a otro tratando de encontrar calma para su ansiedad, pero le era imposible. Sus manos temblaban, la garganta le ardía y su mente no dejaba de dar vueltas en lo mismo: la soledad en la que había quedado. Habían pasado unos cuantos días desde la boda fallida de Damián y Amelie, y ellos no habían dado señal alguna de apariciones en público. Ni siquiera fueron a Feldman Corporated; Samuel y Soraya se estaban encargando de todo mientras que ellos, en silencio, trataban de recuperarse del duro golpe que había significado el secuestro de Amelie. El más grande anhelo de ambos era consumar ese matrimonio, sin importar los obstáculos. Y lo hicieron, lejos de todos, en una isla muy cerca de la ciudad. Allí, rodeados únicamente de las Manson y de su bebé, un padre ofició la ceremonia que tanto habían esperado. La playa era sencilla pero hermosa. La brisa cálida acariciab
Damián no soltó a Amelie ni un solo segundo durante el trayecto de regreso. Ella iba enredada en sus brazos, temblando, llorando a ratos en silencio. A su lado, Soraya permanecía encogida contra la ventana, con los ojos enrojecidos, todavía incapaz de procesar lo vivido. Ninguna de las dos había salido del estado de shock.—¿Seguras de que no quieren que vayamos al hospital? —preguntó Damián con voz preocupada.Ambas negaron al mismo tiempo.—No, Damián —respondió Amelie, todavía con la voz quebrada—. Yo solo quiero ver a mi pequeño hijo. No puedo vivir sin él. —Bajo la mirada sintiendo el dolor de lo sucedido. — Perdóname por haber arruinado nuestra boda. —sollozó.Él negó de inmediato, apretándola con más fuerza contra su pecho.—Tú no arruinaste nada, preciosa. Perdóname tú a mí, porque por un momento llegué a pensar que sí me habías abandonado. No tienes idea de cuánto sufrí por culpa de esa maldita nota.Amelie lloró de manera desgarrada. — Increíble que no reconozcas mi letra.
Último capítulo