EPÍLOGO
Amelie Manson
Una contracción, luego otra. El dolor me desgarraba y no pude evitar gritar.
—¡No puedo más, duele, y duele mucho… ahhh!
Damián se acercó de inmediato, tomó mi mano con tanta fuerza que sentí cómo le temblaban los dedos. Su rostro estaba tan pálido que apenas parecía respirar. Me miraba con los ojos desorbitados, como si el mundo se le estuviera desmoronando en ese instante.
—Tranquila, mi amor, ya falta poco —me decía, aunque era evidente que la voz le temblaba más que a mí.
Los enfermeros me llevaron hasta la sala de partos. El doctor se volvió hacia Damián y le preguntó si quería entrar. Él dudó, lo vi paralizado, y en un hilo de voz respondió:
—No lo sé…
Lo apreté con fuerza, clavando mis uñas en su mano.
—No me vas a dejar sola una segunda vez —le exigí, con lágrimas en los ojos.
Damián tragó saliva, respiró profundo y asintió, temeroso, pero dispuesto a estar conmigo.
El trabajo de parto comenzó. El tiempo dejó de tener sentido. Todo eran gritos, sudor, jad