Damián no soltó a Amelie ni un solo segundo durante el trayecto de regreso. Ella iba enredada en sus brazos, temblando, llorando a ratos en silencio. A su lado, Soraya permanecía encogida contra la ventana, con los ojos enrojecidos, todavía incapaz de procesar lo vivido. Ninguna de las dos había salido del estado de shock.
—¿Seguras de que no quieren que vayamos al hospital? —preguntó Damián con voz preocupada.
Ambas negaron al mismo tiempo.
—No, Damián —respondió Amelie, todavía con la voz quebrada—. Yo solo quiero ver a mi pequeño hijo. No puedo vivir sin él. —Bajo la mirada sintiendo el dolor de lo sucedido. — Perdóname por haber arruinado nuestra boda. —sollozó.
Él negó de inmediato, apretándola con más fuerza contra su pecho.
—Tú no arruinaste nada, preciosa. Perdóname tú a mí, porque por un momento llegué a pensar que sí me habías abandonado. No tienes idea de cuánto sufrí por culpa de esa maldita nota.
Amelie lloró de manera desgarrada. — Increíble que no reconozcas mi letra.